Ibrahim hizo lo que pudo para que su gente atendiera a la creencia en la unidad de Allah, el Poderoso, y a adorarle sólo a Él. Les pidió firmemente que renunciaran a la adoración a los ídolos. Le dijo a su padre y a su gente:
“¿Qué son estas estatuas a las que dedicáis vuestra adoración? Le dijeron: Encontramos a nuestros padres adorándolas. Él dijo: Realmente vosotros y vuestros padres estáis en un evidente extravío. Le dijeron: ¿Nos traes la verdad o eres de los que juegan? Él dijo: Muy al contrario. Vuestro Señor es el Señor de los Cielos y de la Tierra, el que los creó. Y yo soy uno de los que dan testimonio de ello”.
Entonces todo se rompió entre Ibrahim y su gente, y empezó una pugna. El más asombrado y furioso era su padre (o su tío que lo había criado), pues, como se sabe, no sólo adoraba ídolos sino que los esculpía y los vendía. Ibrahim sintió que era su deber, como hijo, advertir a su padre respecto a ese proceder de manera que pudiera librarse del castigo de Allah.
Fuente: Abna