Dios Todopoderoso destinó las cosas, esto es la materia y la energía para que se disolvieran en el tiempo. Ordenó y consolidó estos factores:
Materia, Tiempo y Espacio, de modo que se redujera la intensidad de sus diversas y opuestas propiedades. Tan pronto como las cosas comenzaran a existir se les dieron propiedades a cada una de ellas y un lugar en la naturaleza. Y enseguida tras la creación de las cosas, se dio la orden de expansión, extensión y justamente mientras las cosas estaban obedeciendo esa orden, se le dio a cada una, una forma y un cuerpo.
Por consiguiente, toda criatura -desde los rayos cósmicos hasta las más complicadas formas de vida- y todo objeto tuvo un lugar perfectamente fijado; se le asignó un lugar en la naturaleza que nadie puede cambiar. En este ordenamiento no hubo nada accidental sino que todo lugar tenía un lugar preestablecido y predestinado por Él en la naturaleza.
Conocía todos los detalles de cada cosa antes de que las hiciera existir. Su Conocimiento cubría los efectos inmediatos y lejanos del comenzar a existir, del funcionamiento y la destrucción de todo lo creado. Dios Todopoderoso asignó lugares en el espacio a estos objetos -y para conseguir este objetivo Primordial- comenzó a romper su continuidad y a dividirse en masas nebulosas; se ordenó al espacio que se extendiera y proveyera dentro de sí espacio para estas masas nebulosas en expansión.
Esta inmensa masa de fluido estaba arremolinándose, girando y agitándose en conglomerados extremadamente convulsionados y turbulentos por lo que, se levantaban enormes olas -de una altura de millones de kilómetros y la fuerza de la expansión espontánea actuaba como el más poderoso y tempestuoso viento enrollándose, rodando, agitándose, moviéndose y arrebatando y forzando a esta masa unida hacia las más apartadas regiones del espacio18. En este punto la fuerza de la expansión recibió la orden de volverse hacia el sistema de condensación. Todo este tiempo la enorme velocidad de la expansión fue mantenida bajo perfecto control.
Para ello, Él encerró todo el sistema dentro de límites. En este punto, Dios Todopoderoso hizo existir una tercera fuerza, parecida a un viento extremadamente fuerte; evitó que el fluido se disipara aún más y lo hizo volver hacia atrás, hacia el centro de gravitación y por consiguiente, se produjeron tremendas turbulencias en su seno. Esta tercera fuerza comenzó a actuar sobre ello, creando nuevas oleadas y reflujos, como la cuajada mantequilla.
Este viento -la tercera fuerza- actuaba fuertemente y de diversas maneras: volcó de al modo a todo el conjunto de materia y energía, que todas sus partes estuvieron de modo igual y uniforme bajo su influencia24 hasta el fluido que tomó la forma de algo que semejaba a la espuma, lo cual formó islas de materia más densa en -el mar de- y polvo -estelar- más difuminados (Cada espuma y reflujo fue entonces una Galaxia) De este modo el Señor Creó a los Siete Cielos, uno encima del otro; el conglomerado más bajo26 había de actuar como base o centro, desde el cual la expansión se desarrolló en todas las direcciones, con otros conglomerados galácticos, semejando techos uno sobre el otro. Los cielos (galaxias) estaban y están hoy todavía, flotando en el espacio sin ningún soporte, ocupando sus lugares sin ningún apoyo. A continuación permitió que cada una de las galaxias se adornara con sus soles y estrellas luminosas, con planetas que reflejaran la luz de los soles y con satélite (lunas) mientras que a cada uno de ellos -estrellas y satélites- le fue decretado que rotara en su órbita dentro del seno de ese techo -Galaxia- en constante rotación.
Fuente: Abna24