El Imam Alí (P), alguien para quien el Gobierno en sí valía menos que un zapato remendado.
Insignificancia del poder y el gobierno a ojos del Imam Alí (con él la paz)
«En sí, el poder no es ni una gracia ni una desgracia. Si es para Dios y para servir, es una gracia; si es para obtener cosas materiales y satisfacer instintos humanos, se convierte en desgracia. El Príncipe de los Creyentes (con él las bendiciones y la paz) dijo: «El valor intrínseco del gobierno es para mí menor que el de este zapato remendado, a no ser que haga valer un derecho». Es entonces cuando el poder se hace valioso. Es valioso el poder que sirva la justicia y la verdad. Ese es una gracia de Dios» (03/08/2005).
Ética política del Imam Alí (con él la paz)
«Una de las de las características de la acción política del Príncipe de los Creyentes era que, para triunfar, no recurría a iniquidades, mentiras ni actos injustos. A principios del Gobierno del Príncipe de los Creyentes, fue un grupo de personas a decirle que tuviera algunos miramientos con ciertas personas influyentes y les reservara una parte mayor del tesoro público para no alienárselos y ganarse sus corazones. Él respondió: «¿Quieren ustedes que yo me haga con la victoria mediante injusticias? ¡Juro por Dios que, mientras se sucedan los días y las noches y se muevan las estrellas unas tras otras en el firmamento, no haré tal cosa!». Era imposible que el Príncipe de los Creyentes se granjeara amistades mediante injusticias, por vías equivocadas e incorrectas y por métodos no islámicos.
»Una de las características del modo de hacer política del Príncipe de los Creyentes era que pedía a la gente seriamente ―no a modo de mera cortesía― que no le hablaran con adulación, que no lo halagaran ni fuesen artificiosos en su trato con él. En mitad de uno de sus sermones ―uno de esos sermones asombrosos de elocuencia que tiene el Imam Alí―, se levantó una persona y empezó a alabarlo. A partir de lo que estaba diciendo, se puso a ensalzarlo y hacer su elogio. Cuando terminó, el Imam se dirigió a él y lo amonestó diciendo: «No me hable como se habla a reyes y tiranos»; es decir, con deferencia, no fuera a disgustarse a tal tirano, no fuera a causársele insatisfacción o desagrado. Que no tuvieran esos miramientos con él ni pensaran que, si le decían algo justo, el Imam Alí iba a resentirse por esas palabras justas ni le iban estas a causar pesar. No era así, y aquella era una de las características de la política del Príncipe de los Creyentes» (11/09/2009).
El Imam Alí (P) no hacía depender la defensa de los oprimidos de su religión
«Para el Príncipe de los Creyentes, lo importante era hacer justicia, defender al oprimido y ser severos con el opresor, quienesquiera que fuesen tanto el opresor como el oprimido. Él no estipuló que el oprimido debiera profesar el Islam para defenderlo. Aquel Príncipe de los Creyentes fiel al Islam, creyente de primera categoría y mayor general de la expansión del Islam, no estipuló la condición de que el oprimido fuera musulmán para defenderlo. En los sucesos de Ambar, una de las ciudades de Irak, fue un grupo de gente de parte del gobierno de Siria, asesinaron al gobernador designado en la ciudad por el Príncipe de los Creyentes, atacaron a la población, se dedicaron a saquear sus casas, mataron a una parte de ellos y se volvieron. En un sermón —uno de los sermones sobrecogedores del Cumbre de la elocuencia, el Sermón del Yihad, en el que dice «porque, en verdad, el Yihad es una de las puertas del Paraíso» cuando quiere poner a la gente en marcha, en la vía de la confrontación con aquel gran atropello—, el Príncipe de los Creyentes dijo a propósito de aquello: «Me ha llegado noticia de que los hombres de ese grupo de saqueadores entraban en casas en las que había mujeres musulmanas o judías, cristianas y mazdeas (aliadas)». Para el Príncipe de los Creyentes, era lo mismo si la mujer que había sido víctima de un ataque era de la Gente del Libro —judía, cristiana o mazdea— o musulmana. Habla de ellas de la misma manera: el agresor llegaba y quitaba a las mujeres sus pendientes, pulseras, gargantillas, oros y tobilleras, sin que aquellas mujeres, musulmanas o no, tuvieran medio alguno de defenderse de aquel agresor más allá de la súplica. El Príncipe de los Creyentes dice luego: «Si una persona musulmana muere de disgusto y pesadumbre por tal acontecimiento, no hay que criticarlo, sino que a mi juicio es lo apropiado». ¡Que cualquier persona con amor propio quede desolada por tal acontecimiento hasta morir!
»En aquella célebre carta a Malik al-Ashtar, le escribe que se comporte de tal y cual manera con la gente, sin echárseles encima cual lobo feroz. Y luego dice: «Hay dos tipos de gente: los que son hermanos tuyos en la religión y los que comparten contigo la humanidad» —es decir, que son seres humanos, igual que tú—. De manera que, para el Príncipe de los Creyentes, en la defensa del oprimido y el cumplimiento de los derechos de los seres humanos, el Islam no se plantea. Tanto los musulmanes como los no musulmanes tienen ese derecho. Fíjense ustedes, ¡qué lógica sublime y qué noble estandarte enarbola el Príncipe de los Creyentes en la historia! Ahora hay algunos, en el mundo, que hablan de derechos humanos. ¡Mentira pura! ¡Pura hipocresía! No respetan los derechos humanos en ningún lugar, ni siquiera en sus propios países. ¡Menos aun en el resto del mundo! Los derechos humanos, en el verdadero sentido de la palabra, los expresó y los llevó a la práctica de esa manera el Príncipe de los Creyentes» (07/12/2001).
Unión de rasgos en apariencia contrarios en el Imam Alí (con él la paz)
«En la persona del Príncipe de los Creyentes se ven unas junto a otras características en apariencia contradictorias e incompatibles, de tal manera que, ya en sí, resulta una belleza. Uno no ve esas características reunidas en una persona. Tal tipo de características contradictorias abundan en el Príncipe de los Creyentes, no una ni dos, ¡sino en toda la profusión que quiso Dios!
»Por ejemplo, la misericordia y la ternura no encajan con la rotundidad y la severidad, pero, en el Príncipe de los Creyentes, el afecto, la misericordia y la ternura alcanzan una elevación que a duras penas se encuentra entre los seres humanos ordinarios. Hay, por ejemplo, muchas personas que ayudan a los pobres y visitan a familias en dificultades. Pero, personas que, primero, lo hagan en su periodo de gobierno; segundo, no lo hagan un día o dos, sino que sea su costumbre de siempre; y, tercero, no se satisfagan con ayudar en lo material, sino que vayan a sentarse con tal familia, con tal anciano, con tal ciego, con tales niños pequeños, se familiaricen con ellos, alegren sus corazones, los ayuden y se levanten, no hay más que el Príncipe de los Creyentes. ¿O cuánta gente así encuentran ustedes entre las personas compasivas y afectuosas? Pues así era el Príncipe de los Creyentes en misericordia y afecto.
»Iba a casa de una viuda con hijos pequeños y, aparte de que encenderle el horno, cocerle pan y poner con su mano bendita el alimento que les había llevado en la boca de los niños, para que se posara una sonrisa en los labios de aquellos niños tristes y compungidos, jugaba con ellos, se agachaba y se los subía a los hombros, caminaba y los entretenía en su humilde cabaña, para que en los labios de aquellos niños huérfanos se posara la flor de una sonrisa. Esa era la misericordia y la ternura del Príncipe de los Creyentes».
Fuente: Abna24